Crónicas de una persona desaventurada
Hoy no me desperté nostálgica, pero conforme fue pasando el día empecé a sentirme así. Empecé a autostalkearme en Instagram y caché muchas cosas, algunas pueden sonar estúpidas y superficiales, pero justamente eso es lo que me hizo sentir. Caché que antes era más aventurera, full más!
Estaba viendo mis fotos del 2017, que no es hace tanto, y me encontraba en el Tena con tres amigas increíbles y su familia. Gozándola, bañándome en el río todos los días, despreocupada, despenidada, desmaquillada y libre. Me acuerdo un día que estábamos ahí en el río, el tío de mis amigas, unas de las personas más increíbles que he conocido a lo largo de toda mi vida, me vio sentada a la orilla del río, yo no me quería meter, entonces el man tomó cartas en el asunto: hizo que todos los primos me amarquen y me metan al río. Fue una de las mejores decisiones que él pudo haber tomado, porque después de eso me senté un rato a descansar de la nadadera y de la colgadera de lianas y me encontré sentada, viendo el tatuaje de la ola que tengo y entonces caché que ese tatuaje estaba ahí por eso: porque la felicidad viene en oleadas, y definitivamente ese momento fue felicidad pura. No necesité más, absolutamente nada más.
"Ahí, entre agua y piedras, tratando de pertencer" - Foto de mi Instagram
Tena, Napo
2017
Después estaba cachando mis fotos del 2016, mierda. Qué nostalgia. ¡Me pegué una mochileada por Latinoamérica! Creo que hasta ahora siento que fue un sueño. Más ahora que me veo sentada en mi cama y atrapada en mi rutina de mierda de tener que seguir en la Universidad -por suerte ya me gradúo-. Qué frustración. No sé cómo explicar ese sentimiento de que quieres que todo vuelva a ser como antes. Que las preocupaciones y el estrés sean menos; y que las ganas de comerse el mundo sea más grande.
Estaba sentada en el Desierto de Atacama sola, porque mis amigos tomaron otra ruta, y unos manes de Chile me empezaron a hablar, luego unos mexicanos. Nos pegamos los hits, conversamos por un buen rato, me bautizaron como “Ecuador”, -poco originales- y de repente empezó a caer el atardecer más mágico que he visto en toda mi vida. Parecía irreal estar ahí sola, pero rodeada de gente que acaba de conocer y que ya les tenía cariño.
Atardecer en Atacama
Atacama, Chile
2016
Me acuerdo que, en nuestro segundo día de aventura, saliendo de Punta Sal, tuvimos que jalar dedo para llegar a Máncora, porque no estábamos dispuestos a pagar un medio en un transporte que no sea cien por ciento necesario. Por suerte un señor nos paró y nos dejó ahí. Nos gustó tanto Máncora, por la playa y el sol y el calor, que decidimos quedarnos una noche más de lo planeado. Me emociono sólo de escribir: así debe ser la vida, sin planear tanto, sólo fluir y disfrutar.
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Jalando dedo de Punta Sal a Máncora
Punta Sal, Perú
2016
No sé, tengo mil y un aventuras más. De cuando intenté coronar el Cotopaxi, por ahí por el 2012, entonces todos los domingos me pegaba una montaña nueva y la sufría y la sudaba, pero ahí estaba -a la final no coroné porque me llevaron de viaje la semana que habíamos previsto subir al Coto-. De cuando nos metimos con la Tanya, una amiga de mi carrera, al rodaje de Panamá -tengo toda una crónica sobre eso en esta misma página- y faltamos una semana a la U y nos valió todo. De cuando cogí un bus en Quitumbe y me largué a Cuenca sin avisar a nadie. De cuando nos subíamos con el Martín González a rodar en la Ecovía su documental. Mierda. ¿Qué pasó?
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Escalando al Pasochoa
Quito, Ecuador
2012
Mientras escribo esto me doy cuenta que es más fácil de lo que uno cree poder disfrutar y fluir. No sé qué pensaba para coger mis cosas y largarme a pasear tan fácilmente. Talvez no pensaba en nada, esa es la respuesta. O talvez pensaba pero me valía un huevo. Me siento atrapada, estresada y lo peor de todo: desaventurada (si es que existe esa palabra). Me hace falta una dosis de mochileo, de guerrearla, de naturaleza, de aventura. Me hace falta poder sentir una oleada de vez en cuando para poder recordarme a mi misma que la felicidad, aunque a veces se demora, sí llega. En pequeñas oleaditas que van y vienen, o en oleadas gigantes que nos duran por ratos largos, pero que la final están ahí, esperando a ser encontradas.