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Diario de Cuarentena - Día 5

21/03/2020

Día 5:

El día 5 de cuarentena no empieza de una manera normal y rutinaria como el resto de días, que, cabe recalcar, no sentí necesario escribir porque no pasó nada fuera de lo común: hice ejercicio, pasé tiempo en familia, tomé vino por videollamada con mis amigxs y demás cosas. El día de hoy empieza distinto porque hoy, justamente hoy hace un año, se murió el Payán. Mi abuelo.

Las personas cercanas a mi saben que lo que pasó fue una tragedia y bueno, por ahí en un par de escritos anteriores más o menos saqué el dolor que iba sintiendo a raíz de eso. El dolor ahora es distinto, pero no ha disminuido. Full veces me dijeron que con el paso del tiempo cada vez duele menos, pero para mi no ha sido así. Con el paso del tiempo la ausencia del Payán se siente más. Me siento constantemente perdida y vacía sin él, sin su presencia. Tengo altibajos y hay días que estoy bien, pero también hay días que no puedo dejar de llorar. El shock sigue tan intacto como el de hoy hace un año. La llamada en la que, por error, me enteré de lo que había pasado, se repite mil y un veces en mi cabeza. Los días del velorio, la calidez de la gente que estuvo y que sigue estando, el llanto, la tristeza: todo sigue tan presente, parece que hubiese sido ayer, no hace un año.

El Payán y yo

Quito, 2009

Antes de que empiece este día -o sea ayer-, ya empecé a quebrarme un poquito más de lo normal. Me rompí con mis amigas por videollamada y ellas, como siempre, supieron hacerme sentir más tranquila. Me di vueltas toda la madrugada, esperaba volver a dormirme y soñarle al Payán. Todavía sigo, ingenuamente, esperando a que me de una señal o que se me aparezca místicamente. Nada de eso ha pasado. Mi tío Luis mandó por escrito lo que mi tío Jacobo soñó y, para mi grata sorpresa, había soñado con el Payán. En resumidas cuentas, soñó que el Payán había resucitado de un coma inducido en el que había estado, es decir, jamás se murió y ahora por fin podía estar con nosotros. Después de haber leído eso, mi abuela vino a quejarse de que no logra soñar con mi abuelo, que soñó muchas cosas y estábamos bastantes personas, incluso mi bisabuela, que se murió cuando yo tenía trece años. Es que estaba en el sueño del Jacobo, le respondí de broma. Mi mamá se rió y mi abuela, la Lalita, solo se quedó callada.

Cada día sin él es más difícil. Todos los días me pregunto qué hubiera dicho el Payán sobre esto, en este caso, sobre el coronavirus. Algo bueno que hubiera salido de esto es que probablemente le hubiera visto casi todos los días para almorzar y pasar la tarde. Ahora los almuerzos con mi familia son bellos, porque nos hemos mantenido unidos, pero la presencia de él, tan imponente, me falta siempre.

Estoy convencida que el Payán y yo teníamos una conexión especial. Seguramente mi ñaño y mis primos pensarán lo mismo. El Payán era y sigue siendo nuestro ejemplo a seguir, en todos los sentidos posibles. Por eso hoy traté de pasar tranquila, de hacer mi vida por él: de desayunar, de hacer ejercicio, de cocinar con mi ñaño, de tratar de armar un rompecabezas y todas las infinitas cosas que aún tendremos por hacer durante el encierro.

Mi tío Juan escribió en el parte de la misa del mes de mi tía Sonia -hermana del Payán-, lo siguiente: “Se oficiará una misa celebrando sus treinta primeros días de vida después de la muerte…”. Hermoso. Sus treinta primeros días de vida después de la muerte. Entonces, hoy decidí pasar tranquila y hacer todo a nombre del Payán, para conmemorar sus trescientos sesenta y cinco días de vida después de su muerte. Porque es verdad, su vida -de alguna manera- sigue y la nuestra también.

El Payán y yo.

Quito, 2018


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