Crónicas de una persona común y corriente
De repente empieza el día raro, un día en el que algo no está bien, un día gris, un día de mierda, un día de lo más común y corriente. Empieza con algo que vi en Instagram que me revolvió las tripas, el corazón, el cerebro, los sentidos, todo. Justo cuando creí que todo iba a andar bien, me da iras que las redes sociales puedan influenciar tanto en nuestro estado de ánimo.
Más tarde, fui a hacerme una radiografía panorámica de la boca para que por fin me puedan operar las muelas del juicio, nada: con el piercing en la nariz no me pueden hacer una radiografía. Cómo es esto, hace un par de semanas no más me hicieron una tomografía y no me hicieron sacar el piercing. Para colmo ya había pagado, la señorita no logró anular mi pago con la tarjeta, me terminaron devolviendo la plata en efectivo.
También creo, que el día es de lo más común porque iba manejando, y de repente un policía estaba en media Simón Bolívar -como si el tráfico de la ciudad no fuera ya suficiente- deteniendo a los carros que vamos con apuro a hacer nuestras cosas del día a día, porque el Presidente de la República, para bien o para mal, iba pasando con una caterva de motos y de militares y de carros blindados. Yo, como cualquier persona común y corriente que soy, e independientemente del partido político por el que haya elegido votar (aun que todos son la misma huevada), me quedé viendo asombrada cómo pasaba tanta cosa para que el Presidente llegue a sus labores a tiempo. Supongo, que dentro mío, por más durita y quémeimportista que trate de hacerme, la curiosidad me invade en situaciones como estas.
El día se vuelve más común y más corriente, porque desde hace unos días que la nostalgia por mi adolescencia me invade. Extraño ser una adolescente estúpida que no se preocupaba por pasar una materia en la universidad, por tener que llegar a tiempo a citas médicas, por tener que hacer trámites burocráticos; antes ni si quiera sabía qué significaba tanta cosa. Extraño a mis amigos de la adolescencia, les extraño muchísimo. No sé porqué nos hemos alejado, supongo que eso es la vida: la gente entra y sale, pero duele demasiado aceptarlo.
Ayer estaba en Inglaterra con mi mejor amigo Italiano, prometiéndonos que pase lo que pase, dentro de cinco años deberíamos reencontrarnos en algún lugar del mundo (haciendo referencia a la canción 5 years time de Noah and the Whale) y hoy, me doy cuenta que han pasado cuatro años ya desde la última vez que nos vimos, y que ni él ni yo, nos encontramos en las posibilidades para poder viajar por todo el mundo juntos como quisiéramos. Es una mierda, cuando uno es adolescente, sueña, y sueña con todo el corazón, con toda la imaginación, con toda el alma. Ahora, me da pena saber que los sueños a veces son sólo eso: sueños.
Todavía peor: soy común y corriente porque me he dado cuenta de que la carrera que estoy siguiendo en la universidad no me hace feliz. Quisiera dejar todo ahorita y largarme, volar a algún lado y encontrarme con un gitano que me diga qué hacer, pero lastimosamente, las cosas no funcionan así. Es triste darse cuenta que en realidad hay muchas cosas que quiero hacer, y sin embargo, no estoy haciendo ninguna de ellas. ¿Porqué? No me gustaría culpar a todo el tiempo que la universidad me quita, pero supongo que es una buena excusa. No sé. A veces siento que he perdido la escencia del porqué estoy en donde estoy y no en otro lado. Porqué elegí esto, porqué me siento atascada, porqué tengo tanto miedo de decirme a mí misma que no quiero estar aquí, simplemente no quiero.
Me pasó algo curioso: tuve un sueño en el que estábamos con mi novio y algunos amigos más en algún lugar en Ecuador, alejado de todo, como una selva virgen o algo así. Para poder llegar a unas islas en las que habían muchas cataratas y animales, teníamos que cruzar un puente colgante enorme, larguísimo, peligrosísimo, y yo tenía pánico. Al fin me animé, el puente temblaba demasiado, me acuerdo que me sostenía de las cuerdas como gato, por ningún motivo me quería caer a ese vacío enorme que había abajo. En el sueño gritaba, y una man, una man bien rara y con cara de mala, sólo me dijo “no pasa nada, cálmate”, estaba enojada. Mi novio no me soltó la mano ni un segundo, me ayudó a cruzar el puente todo ese tiempo. Al final lo logramos y en efecto, eran unas islas hermosísimas, habían mil Piqueros de patas azules y unas cataratas pequeñas en las que podíamos meternos. Luego encontramos una casa delgadita que tenía tres pisos. En el tercer piso no había nadie, pero había una mesa de comedor, y un montón de fotos en las que salían el dueño del lugar y su esposa. Segundos después el señor llegó y nos preguntó que qué tal viaje habíamos tenido. No me acuerdo bien, pero nos contó que él había querido siempre hacer alguna otra cosa, pero que su esposa no podía por alguna condición que tenía y por eso habían decidido crear ese lugar tan lindo. Me acuerdo, clarito, que en la mirada del señor había mucha nostalgia, como diciendo “esto no es lo que soñé, pero supongo que está bien.”
He venido pensando en ese sueño desde que empezó el día. ¿Ese señor era yo? ¿Porqué no hizo realmente lo que quería? ¿Y qué era lo que tanto quería hacer? Ese vacío, ¿en realidad es el miedo que tengo a salir de acá (“acá” me refiero a toda la mierda mental que está adentro mío)? Esa man, ¿era yo misma diciéndome que si decido dar un giro a mi vida, en realidad no va a ser tan malo? No sé, pero no quiero ser ese señor. No quiero verme en cincuenta años y decir que no estoy donde quisiera estar. Me siento perdida y no sé qué hacer al respecto. Me siento demasiado común, demasiado corriente, y nadie, bajo ninguna circunstancia debería sentirse así, porque en realidad, nadie debería ser común y corriente.
Mil cosas pasan por mi cabeza mientras estoy sentada en una cafetería de la universidad escribiendo esto. ¿Porqué falté a la clase de gimnasia? Empecé a escribir antes de la clase, y si es que dejaba de hacerlo, todo se hubiera ido a la mierda. Creo. A veces uno no quiere ir a clase, a veces uno no quiere estar rodeada de gente, a veces a uno le da ganas de desaparecer de la faz de la tierra. A veces, a uno le da ganas de botar todos los problemas que existen, por más minúsculos que sean. A veces, a uno le da ganas de huir, huir para siempre y no ver atrás. A veces, a uno le da ganas de quebrarse, de llorar, de gritar, de aislarse, de sentir, de desahogarse, de hablar, de correr, de fingir, de reír. A veces, a mí me da ganas de hablar con extraños para poder contarles todo lo que pienso sin miedo a que me juzguen, sin miedo a que sepan quién soy y de dónde vengo. Sólo, una conversación, nada común ni nada corriente, que me deje volar un poco y salir de esta realidad absurda en la que no estoy.