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Relato de una aventura en la selva - Día 3

Empezó el tercer y último día y la Paz y yo teníamos sentimientos encontrados. Nos queríamos ir a la comodidad de nuestras casas, obviamente, pero también nos daba pena tener que irnos. Salimos de la carpa, yo estaba enfermísima del día anterior porque algo me había caído mal. Lo primero que hicimos cuando salimos fue buscarle a la Misinga con la que tanto nos habíamos encariñado. Ordenamos todas nuestras cosas, guardamos toda la ropa mojada, los sleepings y botamos todo lo que ya no nos iba a servir para el regreso. Eran las ocho de la mañana y estábamos ansiosas. Con el trayecto que nos tocó mandarnos a la ida, nos imaginamos que nos iba a tocar salir si quiera dos horas antes para caminar por la selva hasta llegar a donde nos debía recoger la lancha. No les habíamos visto ni al Jaime ni al Pusanga. Les buscamos por ahí pero nada. Vino la mamá del Jaime a darnos el desayuno, el cual no pude ni ver, ni oler, ni nada de lo mal que me sentía. Le dije a la Paz que de verdad, de verdad no podía comer. ¿Y ahora? Regresamos a ver a la funda de basura que teníamos colgada. Bota, le dije. Botemos, ¿qué más vamos a hacer? No me siento orgullosa de que hayamos hecho eso, pero si yo comía hubiera vomitado todo el camino de regreso y la Paz seguramente igual, aunque ella no se sentía mal. Volvió la mamá del Jaime después de un ratito, nos hizo señas y nos preguntó algo en Achuar que obviamente no entendimos. Me sirvió más comida. Agradecimos y la Paz y yo nos quedamos viendo con cara de terror. Te vio con hambre, me dijo la Paz riéndose. Yo estaba al borde de la muerte de lo mal que me sentía. Estás verde, me dijo la Paz. Separé la comida en el plato para que parezca que sí comí un poco y dejé ahí. No podía oler nada.

Me senté a lado de la carpa que la Paz ya había desarmado, nos lavamos los dientes y decidimos buscarle al Jaime y al Pusanga. Les preguntamos a algunos sobrinos del Jaime que estaban por ahí espiándonos si les habían visto, y sólo nos señalaban dónde estaban. Empezamos a caminar y nos dimos cuenta de que había, más allá de donde nosotras estábamos, un par más de casitas de familiares del Jaime. Una de ellas tenía una antena de DirecTV. ¿Cómo van a tener DirecTV? ¿Entonces de ley han visto tele? Nos preguntamos con la Paz. Seguimos caminando y en una casita de más allá les encontramos al Jaime y al Pusanga. Ya tenemos todo listo, les dijimos. ¿En cuánto nos vamos? A las doce la lancha va a estar afuera, así que recién a las diez y media podemos ya salir de acá. Recién eran las ocho y media. Yo quería llorar de lo mal que me sentía. El Jaime me preguntó si quería un té de alguna hoja que tenían por allá. Me dio miedo que la hoja me afloje el estómago o me cause cualquier cosa. No gracias, le dije. El Jaime le mandó a buscar las hojas al sobrino. Si quieren podemos tratar de contactar alguna avioneta y se van, cuesta trescientos dólares, nos dijo el Jaime. En serio llegué a considerar el hecho de irnos en avioneta, y lo hubiera hecho si hubiera tenido la plata. Le dije a la Paz, estoy dispuesta a pagar con tarjeta aun que sea, de verdad me siento pésimo. Todo era entre bromas porque ¿de dónde íbamos a sacar tanta plata?

Empezamos a caminar de regreso a nuestra cabañita/casa comunal, cuando de repente vino el Jaime a preguntarme si iba a querer o no las hojas. No gracias, Jaime, no quiero que nada me haga mal. Bueno, ten una buscapina que encontré, la otra te tomas más tarde. Creo que sentí cómo me brillaron los ojos. No soy adicta a las pastillas, pero cuando hay que tomar, hay que tomar. Hasta ahora no logro entender cómo es que a ninguna de las dos citadinas se nos ocurrió llevar finalín, ibuprofeno, paracetamol, algo que conozcamos. En fin, el Pusanga nos ayudó a guardar la carpa. Nos sentamos a conversar y la Paz le preguntó al Jaime si la mamá no quisiera venderle una Mokawa -los platitos donde toman la chicha-. Yo también quiero una, le dije. El Jaime nos llevó a ver cómo la hermana de él hacía una Mokawa. Es como de barro, sólo que no es barro. Le pintaba, en vez de pincel, con una pluma. Estaba usando la tinta blanca, una especie de leche extraída de un árbol, y así, todos los colores eran extraídos de árboles, de plantas o de flores. Era hermoso entender que la gente cuando es creativa, es creativa.

Yo tomando chicha en una Mocawa.

Copataza-Pastaza, Ecuador

2019

La Misinga no dejaba de seguirnos a sea que íbamos. El Jaime nos enseñó todas las plantas que tenían en ese huertito familiar: banano, papaya, aguacate, choclo y todo lo que uno pueda imaginarse. Finalmente, para concluir el tour, el Jaime decidió llevarnos a la cabaña donde estaba el cuerpo de su papá. Entramos y estaba helado -a comparación del calor que hace afuera-. Habían dibujos hechos por los nietos, fotos en las que él había salido alguna vez en el periódico, cartas y demás cosas. El cuerpo estaba metido en una caja de madera que el Jaime había hecho con sus propias manos. ¿Y qué le pasó a su papá, Jaime? No sabemos, se enfermó de alguna cosa y desde ahí empeoró. A mi papá trataron de matarle los de la guerrilla y también de otras comunidades, pero nunca pudieron. Pobre, nos contó. Se podía notar claramente que el Jaime sentía un gran orgullo de su papá, que en realidad murió joven, de unos cuarenta y pico años. Salimos del santuario y escuchamos cómo en la casa de la mamá del Jaime sonaba la canción cristiana de “Alabaré, alabaré, alabaré a mi Señor…” Desde que vinieron los misioneros mi mamá escucha esa música, nos dijo el Jaime. Vinieron, les regalaron biblias a todos y prácticamente les obligaron a creer en Dios. ¿Y usted también cree Jaime? Le pregunté. No, para mi Dios siempre va a ser el agua, el viento, los árboles, porque yo crecí con esto. Sin agua no podríamos vivir nunca. Pero bueno, aquí les hicieron bastante fanáticos, nos contaba indignado el Jaime.

Volvimos a nuestra cabaña y el Jaime nos dijo que nos alistemos para ya salir. Quería llegar antes porque querían pescar en la orilla del río. El Jaime les ordenó a sus sobrinos pequeños que nos ayuden a cargar las maletas, lo cual era innecesario, pero era para demostrar que ellos sí podían. Desde que nos dijo que ya íbamos a salir hasta que, en verdad salimos, pasaron unos cuarenta minutos. Se quedaron sentados tomando chicha mientras la Paz y yo contábamos los minutos. El Jaime nos dijo que nos adelantemos porque igual él nos iba a alcanzar rapidito. Empezamos la travesía la Paz y yo con tres sobrinos del Jaime: el Pedro, la Sacha y otro niño un poco mayor del que nunca supimos el nombre. Caminamos y caminamos hasta que llegamos al río que debíamos cruzar en la canoa de madera -de la que tanto hablé en el día uno-, sólo que esta vez no llovía, todo lo contrario, el día estaba hermoso. Los niños primero cruzaron por la canoa nuestras maletas y luego nos cruzaron una por una. El pánico al subirme a esa canoa volvió, pero esta vez un poco menos porque no teníamos un aguacero encima. Crucé primera, le esperé a la Paz y empezamos a caminar selva adentro. Tenía un poco de miedo porque estaba en mi mente todo lo del día uno. Pensábamos que nos íbamos a hacer dos horas hasta el río, y por eso también salimos antes. Cruzamos los puentes de madera, esta vez con mucha más habilidad que el día uno. Ya no nos importaba hundirnos en el lodo, en realidad ya teníamos todo el asunto controlado. Los niños venían atrás nuestro y nos decían que ya mismo llegábamos. ¿Qué es más lejos, Pedro? ¿Caminar hasta afuera, al río, o ir a la comunidad? A la Comunidad, me respondió. Pero si al río es más lejos, sólo movió la cabeza, se rió y me dijo que no. Llegamos a una especie de "Y" y la Paz le preguntó al Pedro que hacia dónde salía el otro camino, por el que no fuimos. Se llega a otra comunidad, nos respondió. Seguimos caminando y en menos de lo esperado llegamos al río. Se me hizo tan corto. Mucho, muchísimo más corto de lo que me esperé. Al poco tiempo llegó el Pusanga, la mamá del Jaime, la hermana del Jaime y después de un buen rato, el Jaime.

Llegamos a eso de las once de la mañana, pero estaba programado que la lancha llegue a las doce. Nos sentamos y el cuñado del Jaime empezó a decir que el río estaba crecido y que talvez la lancha no iba a llegar. ¿Cómo que no va a llegar? Pero el día está hermoso, dije. Sí, pero tal vez por allá arriba ha estado lloviendo y por eso el río está crecido. Nos vimos con cara de pánico con la Paz, pero estábamos tranquilas al mismo tiempo, todavía faltaba una hora para que llegue. Jaime, ¿pero si nos vamos a ir hoy no cierto? Si el río está así de crecido no creo, a mi no me gusta arriesgarme, nos dijo. Nos sentamos a un lado con la Paz y empezamos a conversar. Te dije que pidamos la avioneta, le dije entre risas. Si nos vamos a ir, me dice la Paz, sólo nos está asustando. Nadie pudo pescar porque el río estaba crecido. Veíamos que pasaban Peques Peques, unas pequeñas lanchitas en las que la gente navega por ahí, pero que son peligrosas. Si navegaban peques peques, ¿cómo no íbamos a poder salir en nuestra lancha? Esperamos y esperamos. Nos sentamos al borde del río a conversar. Dieron las doce y nada. En mi mente decía, bueno, la gente no es puntual en Ecuador, doce y media ha de llegar. Dieron las doce y media, nada. El Jaime nos decía que capaz no llegue la lancha y que entonces nos iba a tocar quedarnos a dormir de nuevo ahí. Jaime, usted no sabe cómo son en mi familia. Se van a morir de la angustia si no llegamos hoy. No pasa nada, nos responde, mañana tempranito intentamos comunicarnos por radio, porque a esta hora domingo ya no funcionan, y de paso también pedimos una avioneta para que venga a recogernos a primera hora. Empezamos a entrar en pánico con la Paz. Nos sentamos a lado del Pusanga y nos decía que de ley íbamos a poder salir, que nos tranquilicemos. Era la una y media y nada que llegaba la lancha. Yo sólo podía pensar en que mis papás iban a enloquecer si no llegábamos ese mismo día. Seguíamos sentadas, sin saber qué hacer. Me quise dormir en las piernas de la Paz, pero cada cosita que escuchábamos por el río nos sonaba a nuestra posible lancha. En realidad yo ya me resigné, sólo estaba esperando que den las tres de la tarde, porque el Jaime dijo que hasta esa hora íbamos a esperar. Me estaba quedando profundamente dormida cuando escuchamos una lancha, la Paz salió corriendo, pero no era. Volvió resignada. Apostamos con el Pusanga y la Paz a qué hora llegaba la lancha. El Pusanga dijo 2:30, la Paz 2:40 y yo dije que no llegaba. Me volví a dormir cuando de repente escuchamos otra lancha, para la cual yo ni regresé a ver porque ya estaba hecha a la idea de que no nos íbamos a ir. ¡Es la lancha! Gritó la Paz, el Jaime también nos dijo que sí era. Nos paramos y empezamos a saltar de la emoción, nos abrazamos con la Paz y no podíamos contener la felicidad, que fue, tal vez, demasiada. Estaba esperando que baje el río, nos dijo el chofer de la lancha. Empezamos a cargar todo, nos pusimos los chalecos salvavidas y nos fuimos. A última hora, un cuñado del Jaime llegó corriendo para irse con nosotros.

Las caras que pusimos cuando nos dijeron que llegó la lancha.

Copataza-Pastaza, Ecuador

2019

Empezamos a navegar río adentro. En realidad el río sí estaba súper crecido, pero íbamos tranquilas. Unos veinte minutos antes de llegar, ahí se pone bravo bravo el río, nos dijo el cuñado del Jaime. ¿Por? pregunté ingenuamente. Porque ahí sí se pone bravo, son sitios de alto riesgo, pero sí hemos de lograr pasar. Traté de mantener la calma, pero estaba asustada. El Jaime iba asustado, nos contó que hace muchos años estuvo en un accidente, en el que se les viró la lancha y un chico se murió. En este río si no se puede hacer nada, arrastra no más a la gente, nos dice. El cuñado del Jaime era un poco abombante, no dejaba de hablar y quería que pasemos conversando con él, cuando lo único que podíamos pensar era en salir rápido del río. Hicimos casi tres horas hasta el Puerto. La última parte estuvo intensa, íbamos como rompiendo olas con la lancha, pero lo logramos.

¡Llegamos al Puerto! Tocamos tierra y la Paz y yo nos abrazábamos. Ahora venía la segunda parte: salir de Copataza. Unos amigos del Jaime, porque todos son amigos ahí, estaban también saliendo en camionetas. Nos llevaron hasta donde estaba el chofer del Jaime esperándonos, porque no había podido cruzar en el carro el río, como en el día uno. Llegamos, cargamos todas nuestras cosas en el carro y nos dimos cuenta de que la mochila del Jaime se había confundido con alguna de los señores de la camioneta. Nos tocó esperar a que vuelvan en la segunda vuelta para que cambien mochilas. Nos sentamos en el carro a esperar, de verdad que yo no podía creer esa mala suerte. Estaba empezando a anochecer cuando llegaron los de la camioneta de nuevo y pudieron intercambiar las mochilas. El cuñado del Jaime se quedaba ahí para salir en bus, pero el último bus ya se había ido y tuvieron que regresarse con nosotros hasta la carretera, que eran como tres horas. La luna estuvo hermosa, era luna llena. Todavía no teníamos señal y yo podía sentir cómo en mi casa estaban enloqueciendo.

Llegamos a la carretera tres horas después y todavía no había señal. Tuvimos que esperar a llegar casi al Puyo para poder agarrar señal. En el minuto que tuvimos señal llamamos a nuestras familias. ¡Manuela! Mijita, dónde estás, qué es de vos, ya tenemos a toda la policía buscándoles. Me río. Mami, no teníamos señal, recién logramos salir a la carretera, ha sido una travesía. Acá ya nos estábamos volviendo locos, no sabes, me dice mi mamá, tu papá casi habla hasta con Lenin Moreno, ya iban a mandar helicópteros a buscarles. Dios mío, le digo. Le aviso cuando compremos los pasajes de bus. La Carmen, la mamá de la Paz, lloraba y le decía que iban a salir al Puyo a buscarnos, que ellas nos habían estado esperando desde temprano. Nosotras habíamos dicho que volvíamos temprano el domingo, porque obviamente no teníamos idea de toda la travesía que era. Llegamos al Puyo a eso de las 21:30 de la noche y compramos los pasajes, el más cercano era el de las 22:45 la noche. El Pusanga se fue a comer y nosotras nos quedamos cuidando las maletas. No habíamos comido nada en todo el día, sólo teníamos sed. Corrimos a comprar agua y unos doritos y nos bastó y sobró. De repente me entró una llamada: Señorita, es la policía del Puyo. Está reportada como persona desaparecida, se encuentra bien. Me reí. No se preocupe señor, ya hablé con mi familia, estoy bien. Bueno, gracias, hasta luego. No podía creer. ¡Estaba reportada como persona desaparecida!

Dio la hora y nos subimos al bus, que fue otro trámite. Sobrevinieron los asientos y nuestros puestos estaban ocupados. Nos quisieron mandar a lado del chofer, tres horas viajando a lado del chofer. Ni a bala. Armamos escándalo y nos asignaron otros asientos. Nos peleamos con el controlador de bus y nos dijo que éramos unas malcriadas. Malcriadas nosotras, por exigir un asiento decente por el que pagamos. Si quieren les devolvemos la plata y bájense, nos dijo. Qué nos íbamos a estar bajando si lo único que queríamos era llegar rápido a Quito. Logramos dormir algo algo en el bus. Llegamos a Quitumbe a las cinco de la mañana y nos fuimos a nuestras casas.

Ese día, más tarde, mi mamá me contó todo lo que pasó. Todos en mi familia habían estado desesperados, queriendo salir al Puyo a buscarnos. Mi mamá hablaba con mi tía Carmen por teléfono y lloraban juntas. Mi papá se logró comunicar con todo el que pudo para que agiliten la búsqueda. Lloraban, se daban las vueltas, fue un caos. Mi tío gritaba que cómo nos van a haber mandado solas a la selva. En fin, un caos. Por suerte, todo salió bien.

La Paz y yo caminando en la Selva el segundo día.

Copataza-Pastaza, Ecuador

2019


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